MOTIVACIÓN Y RECICLAJE
Es evidente que mi ADN genético no ha cambiado; sin embargo, he tenido que aprovechar la plasticidad del cerebro para adaptarme constantemente a los cambios que se han ido sucediendo para sobrevivir profesionalmente. Casi nada de lo que sabía hace 30, 20, 10, incluso 5 años, podría generar valor añadido en los tiempos que corren, ya que en ciertos sectores los cambios se suceden cada vez con mayor frecuencia y en los que el reciclaje permanente no es una elección, es una obligación profesional.
La sinergia intelectual es formidable, en particular, en la pequeña y mediana empresa. De hecho, es de los pocos medios que existen para desarrollar esa energética sinergia que brota cuando se hibridan los conocimientos o aptitudes personales con otros conocimientos. Sin duda, son el medio más rápido y efectivo para elevar el listón del saber personal para nuevos retos. No obstante, existe un gran riesgo para quienes sólo se nutren de los conocimientos que aportan las empresas, puesto que en la mayoría de los casos las curvas de aprendizaje son decrecientes y las sinergias desaparecen.
En cualquier caso, es lo que le falta a la Universidad. Aunque hay conocimiento, falta emoción y ambición, y sobra el tiempo dedicado al estudio de créditos obsoletos. Curiosamente allí casi todo es pasado, el nuevo conocimiento está fuera.
Cada año salen cantidad de nuevos licenciados de las universidades y es triste comprobar que, con o sin empleo, pocos siguen aprendiendo de forma autodidacta, guiados por las tendencias tecnosociales o por su propio interés. Parece que los conocimientos adquiridos que implica un título no prescriben, que siempre serán vigentes y, como todo, lo aprendido caduca o, peor aún, ya ha caducado cuando se aprende.
Me temo que parte de la crisis de competitividad que padecemos se debe al precario nivel de conocimientos del tejido productivo en general. Sus consecuencias son graves ya que, debido a la incapacidad de sacar rendimiento a los conocimientos y aptitudes de los nuevos licenciados, estos acaban haciendo infratareas en el seno de las empresas con el riesgo de caer en la apatía o el aburrimiento profesional. Como decía, aunque su formación tampoco sea la más adecuada, en muchos casos está por encima de la media de su sector de actividad, aunque por debajo de otros titulados extranjeros. Es evidente que mientras esos desfases no se corrijan no entraremos en la senda de la productividad y competitividad de la que tanto se habla.
No dispongo de datos respecto a la edad de los propietarios de las pequeñas y medianas empresas españolas, pero creo que la revolución empezó entre los años 60 y 70. Esos emprendedores nacieron en una época en la que era más importante el saber hacer que el saber académico, además, el servicio militar era obligatorio, por lo que estudiar era en parte elitista. Los años han ido transcurriendo, pero al no haberse producido un relevo generacional debidamente preparado y motivado en ese minifundio español de pequeñas empresas, los nuevos paradigmas sólo han generado incertidumbre y errores en la gestión tradicional, con consecuencias nefastas. Lo peor es que muchos de ellos, viendo que la rentabilidad de sus negocios era inferior a las que ofrecía el sector inmobiliario en los años de bonanza, optaron por lo segundo, y muchas empresas productivas desaparecieron en favor de las especulativas que, finalmente, tampoco han sobrevivido.
Si a todo ello añadimos el enorme colectivo sin empleo y, por lo tanto, sin empresa que mantenga vigentes sus habilidades o conocimientos, agravado por el poco hábito en reciclarse ante un mundo global que cambia permanentemente, el panorama es desolador.
Hay que volver a cubrir ese hueco con otra generación de pioneros que adapten sus iniciativas y empresas a las necesidades vigentes y latentes de la sociedad actual. La tarea no es fácil. Aunque las herramientas disponibles lo favorecen, no así la ingente cantidad de normas y obligaciones que condicionan la necesaria libertad de cualquier iniciativa, pero ya no es una opción, es una obligación contra la precariedad, contra el paro, contra el ser o dejar de ser como colectividad.
Tal vez las palabras de Robert Cooper, cuando era Director de la Agencia de Investigación de Programas Avanzados del Pentágono, contienen el germen de esta nueva actitud: "Hemos decidido volver a los días en que estábamos dispuestos a arriesgarnos para conseguir progresos espectaculares".